La vida cotidiana en África del Norte, al declinar el Imperio romano, nos concierne a todos: para los hombres del viejo Continente, ella describe las últimas páginas de la epopeya romana ultramarina; para los cristianos, descubre la vitalidad explosiva de una comunidad; los exegetas de San Agustín encuentran también el contexto diario de la vida del obispo de Hipona. Para encontrar la fuente de esta vida cotidiana, nos es necesario releer los monumentos de la historia pasada, interrogar a las ruinas, exhumadas piadosamente, que relatan con precisión y complacencia las vidas y los logros humanos; pero también contemplar el cielo, las montañas, el mar, los paisajes, que son los mismos que, vio Agustín: ellos se reflejan en sus escritos, estimularon su sensibilidad y formaron su alma. Meditaba, una mañana de primavera, en la Basílica de Hipona, y me pareció escuchar la voz de su obispo, sentir vibrar su corazón, semejante al mar tan cercano, "figura del mundo, con sus aguas saladas, amargas, tumultuosas, balanceadas por las tempestades..." ¿Cómo entender el alma del pueblo africano, marcado por influencias sucesivas y, a veces, contradictorias, y siempre combativo por la conservación de su identidad? ¿Por qué el Evangelio ha ejercido tan extraña seducción sobre ese pueblo? El obispo de Hipona nos ha servido de faro en esta investigación. El Pastor nos ha permitido descubrir a su comunidad y encontrar en su predicación dirigida a los más sencillos, la espontaneidad e inconstancia, la exuberancia y pesadez de esa gente. Nuestro propósito no ha sido el de escribir una nueva biografía del obispo de Hipona. Existen excelentes, como la de Peter Brown. Nosotros nos limitaremos a interrogar al obispo sobre la vida cotidiana y no sobre las controversias o sobre el misterio de la Gracia. Agustín es una montaña de difícil acceso. Nosotros la contemplaremos desde la superficie, a partir de las humildes cosas de la vida que Agustín observó y compartió diariamente, durante treinta y cinco años, para "comulgar y participar humanamente" con la multitud. Para escribir la vida cotidiana de los primeros cristianos nosotros sufrimos la escasez de documentos y testimonios. En este libro nos ocurre todo lo contrario: estamos desbordados por la abundante documentación. "Es imposible decir todo y no se sabe qué omitir", decía ya el gran Tillemont. Los escritos de Agustín son un jardín tan rico, tan amplio, que hemos elegido lo que nos concierne, sin extendernos a otras cuestiones. De esta manera respetamos los límites de la Colección "La vida cotidiana". Nuestra investigación partirá del medio ambiente para llegar al corazón de la comunidad cristiana. Cristianos y paganos participan de las mismas realidades geográficas, étnicas, familiares y culturales; hablan la misma lengua, habitan las mismas ciudades; se reconocen y se distinguen. ¿Cómo separar ese mundo de los cristianos quienes, además, divididos por un cisma endémico, viven juntos los momentos fuertes, las fiestas litúrgicas? Agustín, obispo de Hipona, nos confía sus alegrías y sus angustias de pastor, los gozos y las penurias de su grey, la mezcla de dos pueblos, de dos ciudades, confundidas en un mismo peregrinar hasta que el camino termine en los umbrales de la nueva Jerusalén.
La vida cotidiana del África está aclarada y transfigurada por el autor de las Confesiones gracias a la potencia de su talento y al calor de su ternura. Aquél que deseaba "amar y ser amado" ha sabido escuchar el alma insatisfecha y buscar en Dios la satisfacción de toda búsqueda e inquietud. Amar totalmente, amar como él fue amado, es decir, hasta la entrega total... Por no haberse limitado en su amor a África sino por haber comprendido las ansias del hombre que se vislumbran desde los confines de la tierra, el obispo de Hipona pertenece al Universo, a la Historia.
Roma, l.XI.1978 El Autor.